Cuaderno de bitácora. 25 de octubre de un año cualquiera. El Comandante Daniel y su tripulación compuesta por un servidor y nadie más, encaran una travesía hacia lo desconocido. Lo desconocido para mí, porque el Comandante Daniel conoce bien las áridas tierras a las que nos dirigimos, pues cuando aún era grumete, se crio en tan lejano paraje. Nos encaminamos hacia tierras gaditanas, concretamente a la ciudad de Jerez en lo que será una historia que traspasará épocas. Si la Ilíada contaba las hazañas de Aquiles y la Odisea los viajes de Ulises, esta gesta será recordada como “Viaje de Machotes”. Para nuestra navegación, contamos con una embarcación de poco renombre para lo que acostumbramos en Caynaloga, un coche híbrido. Tirado por caballos de vapor y eléctricos, avanzamos por tierras castellanas y extremeñas al son del Spotify manejado desde mi teléfono. Y es que nuestro moderno Lexus de “fucker”, está diseñado para atraer la mirada de las MILF’s a la salida del cole, pero no para disfrutar de un entorno multimedia.
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Ya en Cádiz, tras descansar brevemente en los aposentos que Manolo y Delia, Duques de Cádiz y Anjou, habían puesto a nuestra disposición, nos dispusimos a salir de cena. Para tal menester, nos veríamos con Antonio, dueño del mayor imperio de material para modelismo a este lado del río Guadalete, https://unmundoenminiatura.es/. La mejor y más recomendable tienda para modelismo estático y pinturas de todo tipo para nuestras carrocerías de slot. Sin embargo, parece que en aquestos lares gaditanos, el concepto “cenar” no es el que yo estaba acostumbrado en la Capital del Imperio. Por lo visto, aquí uno no se sienta, se pide un entrante, un plato principal y un postre. Aquí….se comparte. Sí sí, como lo estáis escuchando.
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El procedimiento es como sigue. Varias personas, independientemente de su condición, acuerdan en base a los criterios gastronómicos de todos ellos, y basados en experiencias previas, los distintos platos a pedir, que serán posteriormente degustados de forma aleatoria en secuencia y cantidad, de manera indistinta por todos los comensales. Supongo que el conocimiento mediante esta lectura de tal despropósito estará provocando en este instante decenas de suicidios en todo el globo. Soy consciente de que esto ha marcado mi persona para el resto de mi vida, para bien o para mal. Y me ha enseñado un nuevo concepto del que apenas conozco un poco de su significado: compartir.
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En aquella taberna gaditana, teníamos todos y cada uno de los típicos personajes del folclore jerezano. A nuestro lado, un grupo de “señoritoh andaluceh” que bien pasaban todos la edad de jubilación, ataviados con fachalecos, banderas de España por doquier y cristos de oro colgando del cuello, se arrancaban por bulerías, emulando a Capullo de Jerez (sí, existe, no es inventado, busca en Youtube), animando de manera tradicional, el ambiente de la taberna. Me pareció también ver entrar por la puerta del local al mismísimo Tío Pepe, con su sombrero plano, su chaquetilla roja y su guitarra española. Pero esto último no sé si fue real, o producto de las cinco fantas que me había tomado. La noche concluyó con una maravillosa estancia en uno de los garitos del centro, donde tomamos unas copas (yo de nuevo una Fanta) y descubrí algo que no me podía imaginar: resulta que hay lugares donde las copas no tienen precios de dos dígitos.
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A la mañana siguiente, tras un buen desayuno proporcionado por la encantadora madre de Daniel, llegamos al circuito, que era lo que habíamos ido a hacer. Tras recoger nuestro pase de prensa, hicimos lo que todo buen periodista acreditado debe hacer para salvaguardar su honor de reportero veraz: fuimos a por los aperitivos de la zona VIP. Es por todos los del ramo bien sabido, que con el estómago vacío, ni salen buenas crónicas, ni se hacen buenas fotografías.
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Ya con la panza llena, iniciamos nuestro paseo por el pitlane. Ver estos excepcionales Lamborghini Huracán con sus V10 atmosféricos, me hace plantearme muchas preguntas. Me vienen a la cabeza la Fórmula Uno con sus motores de 1.6 litros híbridos y mentalmente calculo que si coges tres motores de F1 y los juntas, siguen siendo más pequeños que un motor de un Huracán. Aquí no hay hibridación, ni turbocompresores, ni downsizing. Aquí lo que hay es básicamente que taparse los oídos cuando uno de estos estilizados Lamborghini arranca en el mismo box en el que tú estás. Y cuando uno de estos bichos pasa por la recta de meta, vibran los cristales del “ovni” que estos gaditanos han puesto sobre ella. Y eso es lo que mola de todo esto. Porque si un coche tiene mil caballos pero suena tan alto como la batidora con la que mi madre hace la bechamel, o alcanza trescientos por hora pero está impulsado por un motor eléctrico como mis coches de scalextric, la cosa no tiene ninguna gracia.
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Al que sí le hace gracia el evento es a Daniel. Pero no por los coches. Ni por el ambiente. Ni siquiera por las pitbabes. Que va. A él lo que realmente le pone cachondo es verse con su peto de prensa, cámara en mano, con un objetivo del tamaño de la del negro del whatsapp, capturando con su diafragma (bueno, el de la cámara) cualquier objeto o ser viviente que pase por delante del visor. Un Lamborghini: foto. Una rueda: foto. Una señorita en traje apretado: foto. Un escarabajo de la patata: foto. No había un metro cuadrado del circuito que no se mereciera una ráfaga de 20 fotografías.
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Pero en el fondo, lo que le gusta, no son las fotos, no. En absoluto. Es la pose. Adoptaba las más inverosímiles posturas, haciendo figuras dignas del yoga, para que se viera que ahí hay un buen fotógrafo. La mujer del César no sólo tiene que serlo, tiene que parecerlo. Incluso en un momento dado, que estaba haciendo fotografías en una curva, de repente se paró, se puso la gorra para atrás, y siguió enfocando al mismo sitio. ¡Todo el mundo sabe que la calidad de la fotografía es directamente proporcional a la posición de la gorra!
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Cuando ya nos hartamos de ver coches chulos decidimos que era hora de pasar por casa, darse una duchita rápida e ir a Cádiz a cenar. Bueno, a esto que los gaditanos llaman cenar y consiste en un revuelto de platos a compartir. Ya en el mítico barrio de el Pópulo, entramos en un típico bar gaditano donde servían unas maravillosas salchichas de Frankfurt con motivo del Oktober Fest, lo que propició que estuviéramos en el local unos treinta segundos como mucho. Ya en un lugar más decente, degustamos unas estupendas albóndigas de choco, y unos sabrosísimos chicharrones con limón, plato que he decidido desde entonces que pasa a estar en mi lista de favoritos.
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Siguiente día, mismo desayuno espectacular. Pero en esta ocasión, la señora Delia, en un innegable gesto de amabilidad (está claro que esta cualidad se ha saltado una generación), nos entregó unas deliciosas viandas de las que luego daríamos buena cuenta a mitad de camino. El domingo transcurrió por la mañana en el circuito, comiendo “by the face” en la zona VIP, y por la tarde viajando a lomos de “La Bestia” (sobrenombre que le puso el garrulo del concesionario donde compró su IS300h) de vuelta a tierras del interior. Nos traemos de vuelta: diez mil quinientas fotografías en la cámara de Dani, un nuevo plato favorito para mí, una nueva forma de comer, el grato conocimiento por mi parte de Delia, Manolo y Antonio, un montón de momentos divertidos, y sobre todo, la exquisita melodía de los V10 rondando por mi cabeza.
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2 respuestas a “Viaje a Cádiz. Lamborghinis y chicharrones.

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